Cueva de Cerdaña, ayer y hoy

Este artículo es un poco rarito, lo reconozco. En lugar contar una excursión mía, voy a hablar de la hizo hace casi cien años D. Carlos Sarthou, y que publicó en la revista la Esfera. Por supuesto colocaré alguna foto mía y actual, pero la estrella en este caso es este documento histórico de la espeleología valenciana.

La revista ilustrada La Esfera se publicó en Madrid, desde 1914 hasta 1931, siendo la casa editorial “Prensa Gráfica”. La revista tenía un aire modernista, y ocupó un lugar destacado entre las publicaciones de la época, como la “Ilustración Española y Americana”, “Blanco y Negro” y “Nuevo Mundo”. 

Portada de la Esfera, año 1914.

La Esfera era una publicación semanal con un componente gráfico muy fuerte, y para el tratamiento de los distintos temas, tanto de actualidad como de carácter cultural, contó con autores y personajes relevantes en los diferentes campos.

Uno de esos autores fue el castellonense D. Carlos Sarthou Carreres (Villarreal 1876, Játiva 1971). Sarthou fue un hombre ilustrado, en el sentido de su interés por su tierra, su cultura y su tiempo. Fue pionero de la fotografía documental, que fue elemento esencial de muchas de sus obras. Fue también precursor de la espeleología valenciana, no solo por su interés por el tema y sus visitas a cuevas de la región, sino también por su trabajo de publicación y divulgación del mundo subterráneo, en especial de la provincia de Castellón.


Entre sus obras están "Viaje por los santuarios de la provincia de Castellón" (1909),  "Impresiones de mi tierra" (1910), "Castillos de España" (1932) y "Catedrales de España" (1946). Especial mención requiere su colaboración como autor del volumen dedicado a la Provincia de Castellón, en la Geografía General de Reino de Valencia, de Francisco Carreras Candi (1913).


Si en toda esta monumental obra el interés por el mundo subterráneo se muestra en numerosas reseñas y comentarios sobre cavidades de la región, es Sarthou quien, en el volumen de Castellón, le dedica un capítulo completo. En ese capítulo, titulado “Espeleología”, Sarthou hace un recorrido por las cuevas de la provincia de Castellón, incluyendo incluso la topografía de alguna cavidad, como la de la Cueva de las Maravillas, de Castellón.


Sin embargo estas notas no tratan sobre esa obra, bastante conocida y desde luego muy valorada por quienes la conocen, sino de algo absolutamente menor, como es una contribución suya en el semanario La Esfera, del que arriba se habló.


En efecto, en el número 227 del año 1918, publica Sarthou el relato de una visita a la Cueva de Cerdaña. Relata el camino desde Caudiel hasta la cueva a lomo de caballerías, alguna historia de la zona y después hace una descripción con detalle de la cavidad. Incluso describe la sala inferior, no por todos conocida y no siempre accesible.


Llama la atención el comentario que hace sobre la longitud de la cueva, propio de una persona culta y conocedora del mundo subterráneo como era D. Carlos Sarthou. Dice al respecto: “Se cuenta de esta gruta que no tiene fin o, por lo menos, que está á muchos kilómetros de profundidad. Lo primero lo inventó la ignorancia; lo segundo, el miedo. Esta cueva, como todas, tiene su fin, y no lejos de la entrada. Lo que ocurre y engaña al inexperto visitante es que medio kilómetro de marcha subterránea, salvando los continuos obstáculos que se oponen al paso, cuesta, á veces, muchas horas de avanzar, haciendo equivocar todo cálculo”.


Complementan el relato unas fotografías del propio autor, que como ya se ha dicho era un gran fotógrafo documental.


Se incluye a continuación la transcripción del artículo (se ha respetado la grafía de la revista, aunque algunas palabras no se escriban hoy en día del mismo modo).

LA CUEVA DE CERDAÑA
LA ESFERA, en un número del pasado año 1917, dio á conocer á los lectores las maravillas inenarrables de las grutas de Artá, lo más notable de la espeleología  patria  y de lo más célebre del mundo.
Pero sin salir de la Península, y sin necesidad de traspasar el mar latino, puede visitarse, en Levante, otra oquedad, que, sin atesorar las galas naturales de los antros mallorquinos, es también gigantesca y maravillosa cueva. Nos referimos á la renombrada Cueva de Cerdaña, la mayor de las que se ocultan entre las rugosidades del laberinto montañoso que se eleva por el sudoeste de la provincia de Castellón.
Apeado el turista en la estación que el ferrocarril central de Aragón tiene en Caudiel, ha de tomar cabalgadura para ascender á la solitaria montaña de Cerdaña, que confina con los términos de Pina y de Montán.
A la hora y media de marcha por camino de herradura, cambia de aspecto el paisaje, desapareciendo los viñedos, olivares y bancales de verde sembradura. Y se emprende la ascensión lenta á la inculta Sierra, pedregosa y árida, cubierta, ora de maleza y punzantes aliagas, ora de olorosos romeros y manzanillas floridas. A lo lejos se ve descollar el picacho elevadísimo del Peñagolosa, dominando todas las cordilleras de la región valenciana—y que en invierno se cubre con un sudario de albura—. Al llegar á la cumbre del primer estribo montañoso, muéstrase al paso del caminante el arruinado y trágico corral de «las siete muertes». Los guías suelen referir la historia del atroz asesinato cometido en el solitario rincón. En aciaga noche, un matrimonio y sus cinco hijos sucumbieron bajo el cuchillo criminal de unos desalmados para satisfacer una venganza de familia.  Saltando una tapia, pudo huir el padre, aprovechando la obscuridad, ocultándose bajo las zarzas del barranco; mas los ladridos de un can le descubrieron, y fue apuñalado. El relato, á la vista del lugar solitario de la ocurrencia, resulta espeluznante. Pero apartemos de allí los ojos y elevémoslos á la cumbre para ver en una cortadura del monte la entrada de la cueva.       
Al salir del macabro barranco, en cuyo fondo se perdió todo rastro de camino, hay que emprender una tortuosa senda de difícil acceso para las caballerías, por lo quebrada y pendiente, y que, entre malezas y roquizales, serpentea las cuestas de las orográficas cresterías de dientes de rodeno. Impone ver trepar á los cuadrúpedos, á peligro de despeñarse rodando á un abismo al menor tropiezo. Los jinetes más prudentes se apean, conduciéndolos de las riendas. Un último esfuerzo, y se llega al término de la excursión.
Al asomarse por la ancha boca de entrada, que amenaza tragarse al atrevido explorador, la impresión es de sorpresa ante la fantástica oquedad. Una anchurosa claraboya, tragaluz ó ventanal que, naturalmente, se abre en el monte junto á la bóveda rocosa de la cueva, alumbra en su interior gigantescas estalactitas y estalacmitas de muchos metros de elevación, remedando caprichosas columnas góticas y churrigueras que unen el desnivelado piso con la alta y majestuosa peña de la techumbre. ¿A qué comparar la cueva? ¿A una rústica catedral, ó á una visión dantesca? Esparcidos los hombres por entre el laberinto de columnas, semejan figuritas animadas de fantástico juguete. Es, en fin, aquello un maravilloso capricho del Supremo Artista.
Los pequeños detalles que obraban al alcance del hombre aparecen destrozados por los turistas que no renunciaron á llevarse un recuerdo de su visita.
La humedad es grande en el recinto. De lo alto se desprende el agua filtrada gota á gota, ¡y gota á gola se fueron agrandando esas magníficas estalactitas con lenta petrificación, á fuerza de sumar siglo sobre siglo y más siglos!... Obra, encarnación de la constancia, que nos da idea de la inmensidad del tiempo, al igual que las estrellas celestes la dan de la inmensidad del espacio.
Traspuesto el grandioso atrio de entrada, semejante á una artística escenografía de grande ópera, hay que rebuscar en el fondo el paso á otros departamentos. A mano derecha, en una rinconada honda y obscura, aparece en el suelo un orificio de un metro escaso de diámetro y de mojadas paredes, el cual, casi perpendicularmente y en forma de escalera de caracol sin peldaños, comunica con un subterráneo de la gruta. Para descender al fondo es forzoso atarse con cuerdas y proveerse de luz artificial. Después de haber sufrido no pocas incomodidades y peligros, puede admirarse otra caverna de menores proporciones y semejante factura que la anterior, y cuyo resbaladizo y oblicuo piso ofrece el peligro de resbalar á un fondo desconocido.
También existe, en la parte alta, otra cavidad que nace en la grieta de un desprendimiento de las peñas, y cuya boca de entrada, en forma de pozo, aparece algo obstruida, por los arrastres de las filtraciones y derrumbes. Su fondo ó término es incalculable con sondeos y luces de magnesio.
Se cuenta de esta gruta que no tiene fin o, por lo menos, que está á muchos kilómetros de profundidad. Lo primero lo inventó la ignorancia; lo segundo, el miedo. Esta cueva, como todas, tiene su fin, y no lejos de la entrada. Lo que ocurre y engaña al inexperto visitante es que medio kilómetro de marcha subterránea, salvando los continuos obstáculos que se oponen al paso, cuesta, á veces, muchas horas de avanzar, haciendo equivocar todo cálculo.
Después de impresionar—con fogonazos de magnesio—unos clichés fotográficos para LA ESFERA, salí á respirar el «plein air» de la montaña, aromatizado de tomillo y de romero; y, salvado el mal camino del descenso, ya en el barranco de las siete muertes, montado en el manso rucio, apunto en mi cartera estas impresiones, mientras el sol poniente alumbraba las rojizas cumbres dé los montes de Cerdaña, cuyos rodenos amenazan, siniestros, aplastar al viandante.
CARLOS SARTHOU CARRERES

Bueno, y aquí van algunas de las fotos tomadas hoy mismo. El acceso es hoy en día mucho más fácil de lo que D Carlos comenta, y también mucho más de lo que nosotros mismos experimentamos en nuestras primeras visitas a la cavidad, hace más de treinta años. Hoy en día media hora a penas de un camino señalizado (algún PR, seguro) nos coloca en la misma boca.

En primer lugar una de la boca, o mejor dicho de una de las dos bocas. Esta es la que no se usa para entrar, y es como una claraboya casi el techo del gran salón. La boca de acceso está diez metros a la izquierda de esta.




La segunda foto muestra la misma columna que aparece en la foto inferior derecha del artículo de La Esfera. Las siguientes muestran algunos aspectos del gran salón de entrada de la cavidad.


Hoy la niebla cubría la zona, y se introducía por las bocas de la cavidad, creando unos efectos de luz no muy frecuentes, como se ve arriba.



Por cierto, en esta cueva estuvo D. Santiago Ramón y Cajal, y en cuento pueda coloco la foto que da testimonio de esta visita.

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