El cinto de la Ventana (o paseando por el infierno)

Este verano de 2012 será recordado como el de los dos grandes incendios (simultáneos) en la Comunidad Valenciana. Uno afectando la zona de la Hoya de Buñol y el otro la Sierra Calderona. La tragedia que ambos han supuesto para nuestro sufrido medio ambiente resulta difícil de describir, por no hablar de las vidas que se perdieron. Entre los dos más de 50000 (cincuenta mil) hectáreas arrasadas son una cifra que escalofría. Para ponerla en contexto en una página como esta, en la que el andar es clave, diríamos que si esa superficie fuera un círculo tardaríamos en atravesarlo más de seis horas y más de dieciocho en recorrer su perímetro. Seis horas de un paisaje negro, sofocante incluso meses después, poblado de esqueletos vegetales carbonizados y de rocas que se han partido como consecuencia del calor.


Y sin embargo, la vida sigue. Y con todo el dolor hemos de seguir yendo a esos lugares, pues incluso ahora en ellos hay sitios que merecen ser visitados, rincones que se han salvado, barrancos que el fuego perdonó, como por milagro. Podemos además ver una naturaleza que lucha por recuperarse, por rebrotar y verdear los montes. Y además, la vista del daño causado tiene un valor más didáctico que todo lo que nos digan al respecto.

Después de todo este rollo, toca hablar de la ruta al Cinto de la Ventana, un grupo de pequeños abrigos, con alguna pintura rupestre y del duro paisaje que le rodea. Duro antes, y extremo ahora, tras el incendio.

La zona de Dos Aguas, a penas a una hora de Valencia, es una de las zonas más quebradas y menos pobladas, conformando con Millares, Cortes de Pallas y Cofrentes, poblaciones que rodean el cañón del río Júcar, un área natural de especial valor e interés, de la que ya se ha hablado en algún otro caso en este blog.

Nada más salir de Dos Aguas hacia Millares, sale a nuestra derecha una pista asfaltada que indica Camino de la Canal. Esta pista, a tramos casi dando vértigo, se eleva sobre el barranco que baja hacia el Júcar para alcanzar el valle colgado de la Canal. Este valle, atravesado por el fuego, tiene algunas zonas, tanto agrícolas como naturales, que se han salvado del mismo, y que no hacen sino reforzar, por contraste, la dureza de las zonas calcinadas. Especialmente áspera es la zona que hay nada más llegar al comienzo de la canal, donde el terreno es sólo rocas tipo lapiaz y restos carbonizados.


Una serie de indicaciones nos permiten visitar alguno de los abrigos con pinturas rupestres de arte levantino que hay en la zona. Al llegar a la Casa del Valle, un poste (medio quemado ahora) nos indica el inicio de la ruta hacia la Cueva de la Cocina y el Cinto de la Ventana.


El camino pasa junto a la casa y avanza hacia el barranco del Cinto de la Ventana. A unos 300 metros de la casa, hay que dejar el camino y avanzar por el lecho del barranco, siguiendo el trazado de sus meandros. Si bien en otro momento eso no tendría mucho de especial, ahora impresiona avanzar entre laderas negras, en las que el calor ha hecho que las rocas se desconchen, desprendiéndose lascas de roca.




Poco más de un kilómetro nos separa de la cueva de la Cocina, cavidad de poco interés espeleológico (es sólo un gran salón abierto al barranco) pero que en verano nos da un refugio contra el sofocante calor del exterior. Desde aquí sólo trescientos metros nos separan del Cinto de la Ventana (eso dice el poste indicador) pero se hacen pesados.


Seguimos barranco abajo, pero al poco un desnivel vertical de unos ocho metros nos cierra el camino. Debemos entonces retroceder una veintena de metros y buscar en la margen derecha del barranco el arranque apenas visible de una trocha que nos permite salvar esa caída ganando un poco de altura para después regresar al lecho del barranco. Un meandro más adelante vemos ya frente a nosotros, en la ladera derecha, el Cinto de la Ventana. Para llegar hemos de remontar un poco la ladera y después buscar un paso horizontal hacia el cinto, ayudándonos del pasamanos de cable de acero que hay instalado.


Son unos abrigos de muy reducidas dimensiones en los que el hombre del neolítico reflejó algunas breves escenas de su mundo. Apenas unas pocas figuras son reconocibles, y entre ellas dos cabras a las que algún hideputa les ha arrancado la cabeza (se nota que falta el trocito de roca donde hubiera estado la cabeza del animal). Un sólida reja protege el conjunto y a la vez permite verlo sin dificultad.


Si seguimos el cinto unos metros más adelante, nos encontramos con la Ventana que da nombre al conjunto. Es una pequeña cueva que pasa de parte a parte el espolón rocoso, convirtiéndose en un balcón sobre dos barrancos que caen hacia el río Júcar, invisible trecientos metros más abajo. Se da además la circunstancia de que ahora es una especie de túnel del tiempo, pues aquí está el límite del incendio: Accedemos por un valle quemado, negro, y al otro lado el verde domina, como debiera de ser, el paisaje. Del cómo era al cómo es en apenas tres metros.



Para que no todo sea pesimismo unas anotaciones de esperanza. La mayor parte de esta zona era de matorral, y se recupera con rapidez. A penas dos meses después del incendio los romeros están rebrotando. Los pequeños algarrobos medio silvestres, renacen por la base de su tronco. Los palmitos tienen hojas verde brillante sobre unos troncos negro humo. Por todas partes las matas rebrotan. Algunos (pocos) pinos se han salvado, y se empeñan en dar sombra al caminante.


Mientras descansábamos en la Ventana, un ruido nos hizo asomarnos y, apenas a cinco metros, una cabra montesa salía saltando barranco abajo. La vida sigue adelante.




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